Sinara Sandri. Researcher, CES |
Universidade de Coimbra
FestFoto Brasil Curator
Cuban photography has a tradition of being a powerful tool of individual expression as well as political expression during times of collective transformation. The images produced during the revolutionary period captured the sympathy of the world. The hopes and imagination of Latin Americans were fuelled by the work of photographers who produced a set of emblematic photographs and a mythological narrative about the Cuban Revolution and, in particular, about the heroism of its leaders and its people.
The so-called epic photography of Cuban Revolution is the result of a context of intense photographic production. The revolution is an event that has invested in the media from the beginning – Rádio Rebelde started broadcasting from the Sierra Mestra a year before the takeover of Havana – and the breadth of the mass political movement exerted an enormous attraction, capturing the photojournalism made on the island. Photography assumed a central role in the construction and circulation of political messages, constituting a true monument of that time. Instead of statues or pamphlets, thousands of photograms were produced that created and spread an official iconography.
For decades, people in countries like Brazil knew only images that were marked by strong propaganda content. We are just beginning to set up mechanisms to overcome the difficulties in disseminating contemporary Cuban photography outside the island. And though just begun, we have found that creating contact and the possibility of an exchange with a new generation of artists such as Iron Maroselli is, above all, a joy.
The events in Cuba are inscribed in world thought and have gained materiality in the daily lives of its inhabitants. The social experience of creating a “new man” from the change in the relationship with work and collectivization had an impact on generations that were born after the glorious years and experienced a condition of insularity intensified by the political and economic blockage.
The processing of this traditional aesthetic and mythological discourse takes place precisely among young artists who claim the reinvention of their own subjectivity. The future has arrived. There is no more time to wait and in this battle for the right to experience their own individualities, the body appears as a field of debate about social rules and expectations.
Produced between 2010 and 2014 in the form of analogue photography and limited edition prints, the work La Estafa (“trapaça” in Portuguese, meaning “cheating” or “the fraud” in English) embodies the Cuban tradition of reflecting and embodying social change. The artist uses a discarded process to revive the memory of a once shared body of knowledge, bringing materiality to a contemporary problem. This practice concretizes and animates the passing of time, expressing the existence and weight of layers of the past that coexist in living form with present. Applying a measured amount of irony, Maroselli works in the the 21st century context where the past is no longer something glorious, presenting instead as a collection of violent and shameful stories.
In this reckoning, Irolan Maroselli uses his body as a mode of communication. The work is neither the representation nor the record of an action. His photography is the setting for an event with the body as the central nucleus of the investigation. Far from being autobiographical, this exploration provokes the explosion of subject and subjectivity. As a result, we have a set of wandering hybrids and multiples, sometimes male, sometimes female. And sometimes both or neither, though always fluid, and always political.
Of course, this multiple subjectivity is difficult to fit into parochial boundaries. Regardless, it remains a fact that the desires and frustrations of these limitless identities will continue to demand channels of expression. Questions of humanity will never be contained by promises of a bright future. Urgent needs require solutions in the present. Art can be a conduit to dialogue regarding these problems, but its practices must be free and respected.
Photography festivals are important settings to stimulate the creation and circulation of artistic practice. The relationship between FotoFest and Cuban photography is very close, resulting in a series of important artistic exchange activities between regions.
Irolan Maroselli participated in one of these programs, receiving a scholarship to attend the FotoFest 2020 Meeting Place. Wendy Watriss and Fred Baldwin have studied and encouraged Cuba’s photographic art practices, demonstrating their generosity and strong affective bond with generations of Cuban artists. The nomination of Irolan Maroseli for this Ten by Ten edition is also a way of paying homage to their work.
Irolan Maroselli. La ciudad de lo absoluto. Periodismo de Barrio
https://periodismodebarrio.org/2021/12/la-ciudad-de-lo-absoluto
Llegué a la CEN en 2016, después de haber comprado una buena parte del material fotográfico con el que me disponía a trabajar. La gente del lugar y aquel espacio a un costado de la nada habían cautivado completamente mi atención. No soy el primero ni el último en caer rendido ante el hechizo de un pueblo así en Cuba, y mucho menos de este.
Me sobrecogía, desde que comencé a visitarlo asiduamente dos años antes, la resiliencia de las personas que lo habitaban y los relatos que se escondían detrás de la historia contada, que a su vez estaban por detrás de la historia oficialmente aceptada. Me interesaba poco o nada un personaje como Fidel Castro Díaz-Balart, quien fuera secretario ejecutivo de la Comisión de Energía Atómica de Cuba y lideró el proyecto de la Central de Juraguá. En cambio, sí quería conocer la historia de una familia llevada o impulsada hasta allí (en Cuba la voluntad individual y la obligación social tienden a fundirse) en la década de los ochenta, o el diseño con el que proyectaron los espacios comunes en aquello que soñó con ser la “ciudad de nuevo tipo” y que bautizaron como Ciudad Electro Nuclear (CEN).
Fundada en octubre de 1982 en una pequeña elevación al oeste de la boca de la bahía de Cienfuegos, la CEN fue un ensayo tropical tardío de un modelo de ciudad conocido como atomgrado, concepto de urbanización soviético que emergió en la década de 1960 y se extendió a los años setenta. La característica fundamental de este modelo era crear urbanizaciones estandarizadas a nivel formal y racional, que tendrían una estrecha relación con parques de reactores nucleares de gran escala. Concebida para ser una ciudad autosuficiente, su diseño y posterior desarrollo respondía estrictamente a dos propósitos elementales: servir a la economía en su capacidad de generar energía y como propaganda política.
En Cuba la sensación de vivir a destiempo es algo normal. Los grafitis, desgastados por los años y el salitre, reflejan todavía aquel tiempo pretérito que allí se convierte en un presente demasiado denso, en una experiencia surreal. En cierto sentido es como estar metido en la cocción de una gran cazuela entre aquellos artefactos y los negativos vencidos llegados de la propia URSS (la serie fue realizada con cámaras analógicas de gran y mediano formato y en película de 16 mm), ardiendo con la leña del presente.
La CEN es una ciudad de edificios y arrabales, de cochiqueras que se han extendido por toda la periferia, construidas con el acero arrancado clandestinamente de las ruinas del reactor.
El diseño urbano está dispuesto de forma tal que condiciona la vida todo el tiempo, y esa necesidad de control pareció allí ser más urgente que en ningún otro lugar del país. A la espera siempre de un probable ataque de los Estados Unidos, la razón dictó que lo más importante era mantenerse en alerta. Es una ciudad vigilada. En el edificio más alto, el 18 plantas, al centro mismo de la urbanización, tienen los militares su punto de vigía.
Lo que pretendió ser la ciudad del futuro, cuna e inspiración del hombre nuevo, terminó siendo una especie de lastre nacional. Una derrota en sordina que se necesitó barajar, ocultar, olvidar de la manera más breve y eficiente posible. Corría el año 1992.
La central electronuclear nunca llegó a terminarse y la ciudad tampoco. El proyecto contemplaba construir doce reactores a lo largo de la maltrecha isla.
La Ciudad Electro Nuclear no es un pueblo fantasma, al menos no en sentido estricto. Lo que quizás resalta en ella más que en otro lugar de Cuba es un acentuado estigma del fracaso. Un estigma que se tiende sobre cada muro gris, cada espacio inconcluso, cada trillo marcado de mucho transitar entre los edificios para evadir el sol o acortar el camino.
En sí misma está muerta en vida, a no ser por las resistentes personas que la habitan. Gente que, como muchas otras de esta isla, han quedado bregando en su propia deriva.
Para no pocos la solución es salir de allí a como dé lugar y poner distancia de por medio entre la inconclusa ciudad que languidece y sus vidas. Para los que se quedan, toca aferrarse a la fe apagada y marchita que evocan la Patria y la noche.
Irolan Maroselli. Miedo a Vicente. Revista El Estornudo
https://revistaelestornudo.com/miedo-a-vicente-maroselli-fotos/
En 2016 trabajé por primera vez con placas negativas de 4×5 pulgadas. A través de un amigo conseguí comprar una cámara Linhof Tecnika III, y ello me permitió incursionar en el gran formato. Por ese tiempo, o un poco después, el fotógrafo y cineasta Juan Carlos Alom y su esposa, la artista y escritora Aimara Fernández, comenzaban una experiencia creativa y pedagógica que tiene por título «Fotografía en movimiento» y que consiste en hacer una película en formato de 16mm. Fui invitado a participar en aquella primera edición. En ese momento mi búsqueda estética, o los patrones estéticos que yo consideraba debía seguir, iban por una cuerda diferente a la que sobrevino después.
En ese contexto comenzó el proceso de Miedo a Vicente[1] (2016-2018). A partir de aquella primera experiencia, que rodé a cuatro manos con la fotógrafa Elizabeth Rodríguez, descubrí en una escala mayor la versatilidad y el rango de experimentación que el negativo admite. Definí que la manipulación del soporte fotográfico y la transgresión de los márgenes que nos impusieron para interpretar nuestro pasado como nación, serían los hilos que moverían la serie de un extremo al otro.
El miedo machista, militante y paternalista inducido en la psique del cubano por décadas es el leitmotiv de esta serie de 12 cajas. Mi interés transita por identificar su naturaleza y avanza hasta caracterizar la raíz del mal. Así, de un lado está la condición inducida con macabras intenciones desde el poder, que causa daños en diversas generaciones y se enquista de forma patológica en nuestras mentes, y del otro está «Vicente», una suerte de comodín, un receptáculo que alberga los opuestos. El trabajo sigue una lógica causal y apela a la revisión de la historia nacional desde presupuestos distintos a los aprehendidos. A lo largo de la narración que propongo, el dictador representado en el diablo va a temerse a sí mismo para luego temer a otras formas encarnadas en el pueblo-palma, pueblo-mar, pueblo-protesta.
En Cubantropía (Periférica, 2020), Iván de la Nuez subraya «el hecho de que los hijos del socialismo encontraran un buen día que la Revolución se había convertido en el Estado, que El Enemigo, con mayúscula, también servía (como en el cuento del lobo) para que una jerarquía autoritaria aplastara el menor intento de cambiar desde dentro, que la ideología adquiriera rango de mercancía fundamental (y fundamentalista) del sistema […]».
Ese poder que ha pasado del individuo a la masa y de la masa al Estado será irrecuperable a menos que el sujeto modifique la manera de pensarse a sí mismo y a la sociedad.
El individuo no necesita del poder del Estado para hacer crecer en su interior la idea de libertad; en cambio, precisa de instituciones que respeten y defiendan la democracia para que se expanda en la sociedad.
Nada escapa a la justicia, y ahí están las Potencias observando. El documento-protesta ldado a conocer desde Lagunas de Varona (oriente de Cuba) por el general independentista Vicente García, en abril de 1875, sirve aquí de basamento ético y conceptual. Retoma en estas placas negativas el peso que nunca perdió, pero que bajo el totalitarismo nos hicieron interpretar como algo nocivo.
Se trata de un héroe que nunca encajó del todo en la narrativa de un sistema socialista que define la sumisión como un valor del individuo. Un caudillo tachado de sedicioso es un ejemplo que no conviene estimular en la dogmática enseñanza de un régimen absolutista. El estigma surge por haber denunciado los atropellos que en su momento consideró dañaban las libertades, la integridad de los ciudadanos.